Ante mis ojos, señor.
Allá al calabozo,
allá a la prisión.
Cierto día en Badajoz.
Mire suegro,
nos lo quitan.
Con una sonrisa al menos,
se marchó.
Ni despedirme pude,
hija mía,
recuerda a tu padre,
eso si es un campeón.
Ni un beso, ni un abrazo,
ni tan solo un adiós,
pude darle a aquel hombre,
que por tantos años el corazón
me robó.
Ya se lo llevan, mire suegro,
mirelo,
a aquella plaza de toros,
donde el Señor lo fusiló.
A cualquiera de los cientos de fusilados en la matanza de Badajoz, en concreto a uno,
que sin conocerle de nada, su caso, me llegó al corazón.
